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Juan Gavasa

El constructor

El constructor

Parece que se consuma el cierre temporal del Balneario de Panticosa. Uno pensaba –influenciado por las teorías del darwinismo social defendidas por Herbert Spencer en el siglo XVIII- que los hombres que amasaban grandes fortunas eran ilimitadamente inteligentes y los pobres éramos irremediablemente tontos. Vistas así las cosas, pocas alternativas teníamos en esta sociedad para triunfar y nuestro único destino probable serían las galeras. Remar y remar para que los de arriba triunfen y naden en la abundancia. Es lo que tiene la selección natural.

            En el caso del Balneario de Panticosa esa sensación de orfandad intelectual fue especialmente intensa cuando hace casi una década llegó un próspero empresario de la construcción dispuesto a invertir 60 millones de euros para reflotar el decadente centro termal. El sentido común, que entre los mayores suele tener valor científico, y una intuición basada solamente en el inconsciente nos hizo pensar a muchos que aquella aventura era una locura, cuando no un desmedido gesto de soberbia financiera de nuevo rico. Pero, como leí hace poco a un popular periodista deportivo, nadie suele arriesgar su dinero y menos los ricos.

            Así que inevitablemente me vi nuevamente atrapado en mi perfil existencialista, hundido entre reproches propios y la certeza de un oscuro futuro asido a mi incapacidad innata para los negocios (los grandes negocios, se entiende). Cuando el dinero se presenta lo hace de manera insolente y aparatosa; quiere que todo el mundo lo sepa y se rodea de esa parafernalia marchita y hortera de las estrellas decadantes. No había duda de que si el tal constructor había depositado sus ojos (y su cartera), en el viejo Balneario era porque había negocio seguro. El dinero llama al dinero y quien lo maneja suele tener información que el resto de mortales ni siquiera sospechamos. El caso es que allí, entre Argualas, Garmo Negro, Pondiellos, Marcadau, Baciás y Brazato se podía hacer una fortuna. Y nosotros sin enterarnos. Claro, nosotros no éramos aptos para la supervivencia en este mundo de tiburones financieros y especuladores sin escrúpulos. Como decía Rockefeller: “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto”. Ni aptos ni listos… ni ricos.

            Por lo tanto, en esta selva no quedaba otra opción que rendirse a los atributos del constructor y todos, desde el primer político hasta el último ciudadano ignorante e inocente, le tendieron una alfombra roja para que tomara sus nuevas posesiones e hiciera con ellas lo que considerara oportuno. Como se le suponía la inteligencia nadie dudaba de que haría lo más apropiado con el lugar, sin importar demasiado que alterara lo imprescindible para que el negocio no se viera resentido. El lugar era de una belleza que podía cambiar el mundo –parafraseando a Dostoiesvski-, pero al constructor la única belleza que le provocaba admiración era la de su cuenta corriente.

            El olvidado balneario comenzó a cambiar de aspecto. Nos habían prometido que nada volvería a ser igual, que el lugar recuperaría su viejo esplendor, que peregrinaciones de millonarios de todos los rincones del planeta vendrían hasta el Pirineo para dejar su dinero y entregar generosas propinas. No había razón para no creerlo, salvo el irritante sentido común  que de vez en cuando asomaba por las rejas de su mazmorra para gritar que no eran molinos de viento, que en realidad eran monstruos feroces y embusteros. Pero eran otros tiempos en los que el dinero hacía posible todos los sueños, incluso los que parecían pesadillas.

            Y, efectivamente, el balneario creció y se transformó; evolucionó como un organismo vivo. El nuevo dueño derribó acá y acullá (lo viejo es feo), levantó grandes edificios diseñados por prestigiosos arquitectos y maquilló con chapa y pintura lo que razonablemente no se podía tirar. Casi todo estaba preparado para que los millonarios de todo el mundo comenzaran su desaforado viaje al nuevo Dorado. Los hoteles, el casino las termas, las montañas… en invierno la dichosa nieve dejó aislado el centro en tres ocasiones. Alguien no le había contado al constructor que en el Pirineo en invierno solía nevar. Rodaron cabezas.

            Pero los millonarios no llegaron. Acaso algunas familias de Zaragoza y la misma fauna de toda la vida. ¿Dónde me equivoqué? debió pensar el constructor. ¿Quién me asesoró mal? ¿Quién coño me mandó venir aquí? Quizá debió de leer a Franz Scharader.

 "¿qué le falta a este rincón original, salvaje y dulce a la vez, para convertirse en una de las estaciones más visitadas de Europa? ¿Sol? ¿Rocas rojizas? ¿Picos esbeltos? ¿Nieve? ¿Caudales de agua? ¿Hoteles limpios? ¿Comodidad? ¿Buena comida? ¿El encanto de la numerosa clientela? No, por cierto, pues tiene todo esto; pero lo que le falta a Panticosa es una carretera que venga desde Francia y un poco más de fama. En cuanto a la carretera, yo no puedo hacer nada; en cuanto a la fama, no puedo hacer gran cosa…”

Panticosa. 1882

6 comentarios

Antonio Fernández Navarro -

Por favor, ¿me podría indicar el título de la litografía que ilustra esta entrada?
Gracias.

Juan -

Tienes razón Pili, aunque yo no soy tan optimista como tú. Unos tenemos tan sólo la imaginación y otros tienen el dinero. De su imaginación y de su dinero saldrán otras aberraciones, seguro. Pero es verdad que después de una crisis viene la catarsis, y éstas son necesarias para regenerar una sociedad. Y la nuestra necesita una limpieza a fondo para depurar todo lo que ha generado la situación que ahora padecemos.

Pili A -

A pesar de los pesares y
yo no soy tan pesimista
Ante la crisis oportunidad para cambiar lo que no está bien, echandole imaginacion como decia Einstein

Pero lo cierto es que estamos todos muy acomodados para cambiar nada... Ya vendrán otros empujando y reclamando su pedazo de bienestar

Emilio -

Y lo que te rondaré morena.Yo sólo le pido una cosa a la crisis, bueno dos, que el ERE de extinción de la empresa del viejo se frene, que con 57 tacos a ver donde se me coloca el hombre, y que al menos sirva esta crisis para bajar de la burra a tanto nuevo rico como apareció, que a gran escala, como en este caso o a otra más moderada, como pequeños constructores en pueblos y comarcas o diversos grémios creyeron que el campo es orégano y dejaron el patio como lo tenemos ahora, eso sí con el beneplácito de politiquillos y del resto de la sociedad, que al final callaba por si caía algo del pastel y pasaba a convertirse también en un nuevo rico. La Muela y Marbella mediante.

Saludos

Juan -

Sí, eso ha sido lo peor, lo más triste. Todavía hoy nuestros políticos siguen defendiendo que hubo una gestión modélica del balneario y de la obra. ¿Cómo se puede seguir sosteniendo tal afirmación? Los años de vacas gordas han hecho un daño terrible en el Pirineo, y lo peor son las secuelas que están dejando y que dejarán.

Pilar A. -

Lo peor es ver como se bajaron los pantalones todos a su alrededor
Nos quedamos sin el refugio de la casita de piedra, sin poder disfrutar de un lugar público que se convirtió en privado, los trabajadores vieron como se vulneraban sus más básicos derechos... y todo ¿para qué?

Al menos el Garbo Negro (mi primer tresmil)seguirá allí cuando toda esa "gentuza" se vaya