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Juan Gavasa

Aludes

Aludes

En febrero de 1915 un gran alud de nieve arrasó el Balneario de Panticosa. El fotógrafo jaqués Francisco De las Heras llegó al lugar a las pocas horas e inmortalizó las devastadoras consecuencias de la avalancha. La nieve destruyó el Hotel de la Pradera y causó graves daños en el Continental y en el Casino, que había sido construido apenas diez años antes. Las imágenes son impresionantes: todas las estancias del Continental quedaron sepultadas bajo la nieve y perdieron su reconocible fisonomía. En una de esas fotos los compañeros de De las Heras en aquel viaje posan encima de la nieve y se les puede ver a la misma altura que las lámparas que todavía cuelgan del techo. Dos años después se produjo otra gran avalancha procedente de Brazato que arrasó la Casa de la Laguna y parte de la Casa Balneario.

            A finales del siglo XIX y principios del XX el Balneario de Panticosa vivió sus momentos de máximo esplendor coincidiendo con la irrupción de la moda del turismo agüista entre la realeza, la nobleza, los políticos y las clases más pudientes del país. En 1864 se construyó la carretera que salvaba el difícil acceso al centro termal. Pese a todo, quienes querían acceder hasta sus aguas tenían que pasar verdaderas penalidades y sufrir los rigores de la nieve. Hasta bien entrada la primavera era normal que el coche de línea que unía Sabiñánigo con el Balneario se viera obligado a parar a la altura de Escalar, punto crítico por la frecuencia y virulencia de los aludes.

En 1893 el tren llegó hasta el apeadero de Sabiñánigo en su camino a Canfranc. De hecho, se decidió construir esta parada (origen de la localidad serrablesa), para facilitar el transporte a las cientos de personas que cada año accedían a Panticosa. Militares como Prim, Martinez Campos o Rosales; políticos de la talla de Cánovas y Sagasta o el propio Alfonso XIII visitaron en algún momento el Balneario. En el siglo XX comenzó una lenta decadencia y diversos cambios de propiedad que no mejoraron su actividad. En los últimos cinco años un grupo inmobiliario ha invertido miles de millones con la intención de recuperar aquel viejo esplendor.

Nada es sencillo en la montaña y menos aún cuando se actúa con tanta soberbia e ignorancia. Este invierno el Balneario ha quedado aislado en tres ocasiones como consecuencia de las grandes nevadas que se han registrado en la cordillera. Las viseras y antialudes construidas hace algunos años se mostraron insuficientes para detener la furia de la naturaleza. Los nuevos dueños del Balneario han descubierto desconcertados la realidad del Pirineo y la crueldad de los hechos: el dinero no calma el ímpetu de la montaña.

Ahora se preguntarán cómo evitar nuevos aludes, cómo gobernar el monte para que no arruine el negocio. Harán números para calcular el alcance de una nueva inversión que mitigue futuros desastres. Le consultarán al Gobierno sobre el interés público de la cosa y acabaremos pagando todos las veleidades mesiánicas de constructores despechados. En el Pirineo se cuenta una anécdota: en una campaña electoral hace muchos muchos años llegó un político de la capital a un pueblo y reunió a todos los paisanos. Les vendió esto y aquello y les prometió que les haría un puente si le votaban. Los del pueblo le respondieron: “pero si no tenemos río”. No os preocupéis –dijo muy serio el político-, que también os haré el río”. Cada vez que veo algunas obras en este Pirineo nuestro me acuerdo del cacique que prometía el río. Ahora son estaciones de cuarta generación, campos de golf, parques temáticos y desarrollo sostenible. Lo único que no cambia es la desfachatez.

2 comentarios

grosem -

Muy bueno, compañero. En la construcción de la carretera de Panticosa creo que había un grupo de abueletes descojonándose de los ingenieros porque ellos (los abueletes) les decían porm dónde tenían que tirar la carretera para que no se la llevasen los corrimientos de tierras. Y los ingenieros se burlaban de los abueletes. Varias veces hubo que rehacer la carretera porque no se habían fijado en que, como decían los abuelos, las vacas -que tienen un sexto sentido sin necesidad de teodolitos- habían marcado el trazado durante siglos. Parece un chiste de abueletes pero fue verdad.
Yo creo que la solución está clara: se habla con el hombre del tiempo -como hacían en Echo antes de fiestas para que no lloviera- y se le dice que no nieve en esa zona, que hay una obras que amortizar. Y ya está. La putada es que en Echo llovía igualmente.

Emilio -

Genial Juan. A ver cuando otro juez como el de la Almunia de Doña Godina decide meter mano en los desmanes que parece que se están comentiendo por el pirineo. Increible la talla de nuestros proceres.

abrazos, Emilio