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Juan Gavasa

Cauterets

Cauterets

En 1843 la viajera Juliette Drouer había escrito en su diario las impresiones de su primera visita al balneario de Cauterets. En aquellos momentos era uno de los centros termales más populares del Pirineo, punto de reunión de buena parte de la aristocracia europea. Pese a todo, Drouer contaba que los habitantes del valle tenían acceso gratuito y también los pobres que poseían un certificado de indigencia, aunque sólo podían bañarse de dos a cinco de la madrugada. La Revolución había triunfado, pero sólo a medias. Cauterets sigue siendo hoy en día uno de los balnearios más prestigiosos del sur francés. En los últimos años ha incorporado además la estación de esquí, un moderno complejo invernal al que se accede desde el mismo balneario a través de un teleférico que culmina en el circo de Lys. Desde este punto se pueden iniciar innumerables rutas de montaña.

Cauterets desprende lujo decimonónico por sus estrechas calles. Sigue resultando cautivador y señorial, una pequeña suiza instalada en el corazón de los Pirineos con un aroma a Belle Époque y turismo de clase. El arquitecto de Pau, Lucien Cottet, fue el responsable de diseñar a mediados del siglo XIX el crecimiento urbano de Cauterets y le dio un aspecto unitario que recuerda al urbanismo de ciudades como Paris o Burdeos. Victor Hugo estuvo aquí en el verano de 1843 y dejó escrito en su libro “Pirineos” las sensaciones de aquella inolvidable estancia: “el valle es apacible, el escarpamiento es silencioso. El viento calla. De repente en un recodo de la montaña aparece el torrente. Es el ruido de la pelea”.

Los ostentosos hoteles del siglo XIX de estilo neoclásico hablan de un pasado esplendoroso, de unos tiempos en los que todo era posible gracias a las devotas visitas de los aristócratas. Es el caso de la Princesa Galitzine, de origen ruso, que mandó construir en 1840 un maravilloso palacete pero lo acabó vendiendo tras comprobar cómo crecía enfrente y le robaba las vistas el Hotel Inglaterra. Cauterets tiene dos termas; las de Cesar ubicadas en el centro del núcleo urbano, y las de Raillerè, localizadas a dos kilómetros y que se reconocen de inmediato por el inconfundible olor a huevos podridos que desprenden.

En Cauterets está también el Museo 1900, dedicado a explicar la vida del valle en aquella época. También llama la atención por su descontextualización arquitectónica la antigua estación de tren, un edificio de madera de pino labrado que bien podría pertenecer a cualquier poblado del viejo Oeste americano. Se construyó para recibir la línea de ferrocarril  Pierrefitte-Cauterets en 1898 y dejó de tener usos ferroviarios en 1949 tras clausurarse la línea de alta montaña. Hoy es la terminal de autobuses y el Centro Social de Cauterets, mientras que los viejos raíles se han transformado en una Vía Verde de 30 kilómetros que supone un enorme atractivo para los senderistas.

No se puede abandonar el valle de Cauterets sin recrearnos con el Vignemale, la gran montaña del Pirineo francés, el escenario de la legendaria rivalidad entre Ann Lister y el Príncipe de Moskova por coronarla por primera vez en el verano de 1838. La pionera fue la intrépida aventurera británica, pese a las malas artes del noble, que intentó convencer a todos de que él había sido el primero. Al final se descubrió su engaño y Lister pasó a la historia como la primera montañera que ascendió el Vignemale. El Pont d’Espagne, a siete kilómetros de Cauteret, es otra visita obligada, tanto en verano por sus paisajes y senderos como en invierno por su circuito de esquí de fondo. Desde el Pont, confluencia de los ríos Gaube y Marcadau, se puede coger un teleférico que nos llevará hasta el maravilloso lago de Gaube.

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